Artículo escrito para la Revista Aularia por Ilda Peralta Ferreyra, sobre una película uruguaya, de dibujos animados, en la que una niña se hace preguntas sobre la educación y recibe contestación de algunas. Para ver el artículo completo: Aquí.
Una película de 2013, dirigida por Alfredo Soderguit, basada en la novela «Anina Yatay Salas» de Sergio López Suárez. Anina Yatay Salas es una niña de diez años. Su nombre es un palíndromo que provoca las risas de algunos de sus compañeros de escuela, en particular de Yisel, a quién Anina ve como una «elefanta». Cuando su paciencia se agota, Anina se trenza en una pelea con Yisel a la hora del recreo. Este incidente termina con una llamada a sus padres para que se presenten en la dirección de la escuela y en una sanción para las niñas. Anina recibe el castigo dentro de un sobre negro cerrado que no puede abrir hasta que vuelva a reunirse con la directora una semana después. Tampoco puede mencionar a nadie la existencia del sobre.
Sus compañeros de clase la presionan para enterarse de qué se trata el castigo, e imaginan para ella torturas corporales terribles. La propia Anina, en su afán de conocer el castigo agazapado en el misterioso sobre negro se meterá en una maraña de problemas, entre amores secretos, odios confesados, amigas entrañables, enemigas terroríficas, maestras cariñosas y otras maléficas.
El naturalismo de la narración hace que veamos a las niñas en su ambiente de Montevideo, con sus casas y parques, con las viejas vecinas que se enteran de todo y todo lo critican. Y con su música. Al padre de Anina le encantan los palíndromos. Siempre le regala frases capicúa: «Dábale arroz a la zorra el Abad», y otros muchos. Un padre cariñoso que irrita a la pequeña, como todos los padres irritan a sus hijos alguna vez. Nos enteramos de lo que se come en Uruguay, de que hacen unas tortas fritas muy sabrosas, de cómo es la sala típica de una casa y la habitación de una niña de diez años. De cómo sientan a los alumnos en la clase en las escuelas, de qué debates hay respecto a la educación. La fantasía, y hay mucha, está toda en la mente de la niña. Los sueños que la llevan a un tribunal de seres extraños, donde se juzgan los nombres más feos del mundo o a un parque casi infinito donde parece que nievan remolinos de diente de león. La colección supersticiosa de billetes de autobús con números capicúa tiene también valor simbólico en este cuento. La soledad llena de polvo del laboratorio de ciencias, donde Anina descubre en un póster de botánica que la lista de los nombres más feos del mundo que le había dado su abuela para consolarla y demostrarle que el suyo no era parte de ella, es en realidad una lista de latinajos, de nombres de plantas.