Y en desacuerdo con el Power Point mal utilizado
Una noticia de El País de estos día me obliga a estas reflexiones: Nace en Suiza el partido Anti-PowerPoint. “Un grupo de ciudadanos ha fundado en Suiza el partido Anti PowerPoint, el popular programa de presentaciones visuales de Microsoft. En su web exponen sus principios programáticos. No pretenden, dicen, que se prohíba el programa si no abolir el uso obligado que se hace del mismo en corporaciones y universidades y que quienes decidan no emplearlo no se vean obligados a dar explicaciones”.
Está hartos, y lo entiendo, de lo mal que se utiliza el programa, pero yo le hubiera puesto otro nombre al partido, pues el programa se puede utilizar bien, en sus contenidos, en su estética, en su forma de integrar el audiovisual, la música y el sonido, para hacerlo interactivo como debe ser toda aplicación didáctica que pretenda ayudar a educar.
El que aburre pierde, decimos, y en muchos lugares, sobre todo en universidades, el Power Point se utiliza indebidamente, rutinariamente, y se hace aburrido, no se complementa con otros medios que siguen siendo válidos, se hace con letra muy pequeña que no se lee, y que el profesor lee demostrando una absoluta falta de respeto hacia sus alumnos, que saben leer. Así ha perdido sus potencialidades.
Se puede utilizar con éxito didáctico el PowerPoint, pero hay que trabajarlo, tiene grandes posibilidades siempre que se utilicen pocos textos, que no se lean directamnete, que se complementen con imágenes, videos y sonidos, y sobre todo, que se haga interactivo, que provoque el debate, que sirva para que no solamente el profesor, sino que los alumnos lo utilicen para presentar sus propios trabajos, defendiendo lo que han investigado, proyectado, resumido ante sus propios compañeros.
No estoy de acuerdo con el texto del periodista francés Franck Frommer, en su libro El pensamiento PowerPoint: indagación sobre este programa que te vuelve estúpido. Si se utiliza eficazmente es un medio de expresión, que puede ampliar los aspectos más cercanos al diálogo de la educación, y de ahí provocar la investigación y el conocimiento. Estoy de acuerdo con él en la crítica que hace a la mala utilización, pero olvida que hay que exigir que ese programa, de la misma forma que todos los demás artilugios didácticos (también a la pizarra tradicional), se usen correctamente y con eficacia.