A veces se ha confundido programa educativo, cultural o pedagógico con emisiones plomizas de sesudos eruditos «bustoparlantes». Se han realizado abundantes intentos a lo largo de la historia de la televisión en España de proporcionar a niños y adolescentes programas culturales o educativos. Algunas de estas tentativas tuvieron cierto éxito. En la actualidad, gracias a los índices de audiencia, se hace improbable que se pueda repetir el experimento a no ser que organismos, asociaciones, o ciudadanos organizados, presionen a las cadenas de televisión para establecer este tipo de programas. ¿Y los adultos? El otro día, un informático que vio que en mi ordenador hay una carpeta llamada «cine para mayores», pensó que era cine pornográfico. Le debí explicar que eran mis clases de cine para la Universidad de mayores.
En la televisión pasa lo mismo. Poco hemos logrado para que los niños tengan sus horarios de televisión adecuados a la edad, y menos programas de televisión educativa. Cierto que hay asociaciones de telespectadores que luchan por unos horarios adecuados a la infancia. Y cuando hablamos en radio, o en la misma televisión, o escribimos en diarios y revistas, abogamos por ello. Pero vuelvo a preguntar: ¿y los mayores? ¿Es que no nos merecemos también una televisión digna? ¿Una televisión educativa? ¿por qué cuando hablamos de horarios de adultos parece que hubiera patente de corso para hacer cualquier cosa?
La televisión nos informa de hechos que antes ignorábamos. «El mundo instantáneo de los medios informativos eléctricos nos implica a todos, a un tiempo». (Mcluhan)
Es preciso implicarse como educadores o como consumidores de imagen en la formación personal hacia medios y mensajes y procurar que los sistemas educativos, familiares, regionales, estatales y sociales, hagan inexcusable un diseño de enseñanza – aprendizaje en el que se consideren los medios de comunicación y su análisis crítico.
Por ser la televisión un medio tecnológico y comunicativo de primer orden hay que actuar positivamente ante sus posibilidades y consecuencias. Es necesario que la televisión contribuya a la educación permanente, para todas las edades, que complemente con sus procedimientos la investigación y apoye los fundamentos del conocimiento y del aprendizaje.