Añoro el tiempo pasado en el que acudir a un congreso significaba aprovechar una motivadora y cálida oportunidad para conocer, relacionarse, compartir, debatir, estrechar lazos profesionales y personales y planificar un horizonte futuro con nuevos proyectos y oportunidades de investigación. De un tiempo a esta parte la exigente carrera de méritos académicos para acumular papeles y más papeles que engrosen el currículo ha afectado en gran medida la asistencia y el disfrute presencial de los congresos.
En la actualidad, viene siendo cada vez más frecuente aceptar la asistencia a jornadas, seminarios o coloquios si los méritos académicos superan al malogrado conjunto de actas. Las últimas tendencias apuntan a los congresos virtuales que garantizan una publicación jugosa curricularmente entendida pero que elimina de un plumazo la alma máter: estar, disfrutar, aprender, compartir y crecer como profesional.
En definitiva, un contrabando de papeles que merma y distorsiona el espacio académico y que confina a los investigadores en reinos taifas.
Añoro el tiempo pasado en el que acudir a un congreso significaba una reunión de profesionales y no un avaricia por conseguir un certificado.